Misioneros Claretianos
Al servicio de la Vida
Con las palabras “Hoy comienza una grande obra”, pronunciadas por Antonio María Claret, reunido con cinco jóvenes sacerdotes en una pequeña habitación del Seminario de Vic, España, el día 16 de julio de 1849, arranca la vida de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. El Padre Claret en su experiencia como misionero itinerante se convenció de que el pueblo necesitaba ser evangelizado y de que no había suficientes sacerdotes preparados y celosos para esta misión.
Invitados por Monseñor Antonio Plancarte y Labastida los Misioneros Claretianos llegaron a Toluca, Estado de México, en agosto de 1884. Y con la ilusión de “encender” a todo el mundo en el fuego del amor divino recorrieron los caminos de la República Mexicana: Guanajuato, Campeche, Mérida, Jalisco, Chihuahua y el Distrito Federal, entre otros.
Como Misioneros hemos ido cobrando conciencia de que la vida es exuberante y fecunda, en la naturaleza y en la humanidad: Vió Dios cuán-to había hecho y todo estaba muy bien” (Génesis 1,31). El Creador, que es “amigo de la vida” (Sabiduría 11,26), nos ha encomendado defenderla y cultivarla. De muchas formas se manifiesta hoy el aprecio, la defensa y la pasión por la vida, como, por ejemplo, en personas y organizaciones que trabajan por los pobres, los derechos humanos y la paz.
Servimos a la vida cuando la disfrutamos y la celebramos como don de Dios; cuándo atendemos a los demás y les damos lo mejor de nosotros mismo en la profecía de la vida ordinaria; cuándo la defendemos, contribuimos a desarrollarla y educarla y proclamamos su destino último en nuestro servicio misionero; cuándo entre-gamos la nuestra en el trabajo, la oración y el sufrimiento para que otros vivan.