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Jaime Clotet nació el 24 de julio 1822, fue el octavo hijo. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento. Fue cofundador de la Congregación Claretiana junto al Padre Claret. Cuando niño, le dijo a su padre que quería ser sacerdote, cuando aquel pensaba ponerle al frente de su negocio dejándole la fábrica en herencia, a pesar de tener otros hermanos mayores. Estudió con los jesuitas en Manresa; luego en el seminario de Barcelona, y finalmente en el de Vic. Dadas las prohibiciones del gobierno español de aquel momento, se trasladó a Roma –como otros muchos seminaristas de su tiempo- y, después de haber recibido el subdiaconado en Perpiñán el 17 de mayo de 1845, fue ordenado en la Ciudad Eterna de diácono el 15 de junio y de sacerdote el 20 de julio siguiente, con 23 años. Vuelto a España, ejerció de vicario durante dos años en la parroquia de Castellfollit del Boix, y luego fue nombrado párroco del pequeño pueblo de Civit.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Allí descubrió sus excepcionales dotes de catequista con los niños, y se encontró con tener que confesar a un sordomudo. Este hecho le hizo darse cuenta de la necesidad de entender y darse a entender por quienes sufrían esta enfermedad. Comenzó a dedicarse a ello, hasta llegar incluso a publicar más tarde su Catecismo del sordomudo, que iba a marcar un aspecto característico de su misión apostólica futura.

Pero, a principios de junio de 1849 se encontró frente a frente con Mosén Claret, del que había oído hablar ya mucho, pero no se habían conocido personalmente hasta entonces. Claret le propuso a bocajarro entrar a formar parte del grupo de sacerdotes con los que pensaba reunirse a mitades de julio para pasar a ser un grupo en el que vivir juntos y dedicarse a la oración y al estudio e ir a predicar a donde el prelado les mandara. Clotet dudó: “¿Y qué harán ustedes de un hombre de plexión débil, de voz apagada, bajo de estatura, sin talento, sin dotes oratorias…?”. A lo que Claret, habiendo intuido el valor de aquel humilde sacerdote, cortó por lo sano: “Déjese usted de cualidades. Responda únicamente  a mi pregunta”. Y Clotet replicó: “Pues, sí. Me gusta”. “Siendo así –concluyó el misionero- disponga usted de sus cosas, y nos encontramos en el seminario de Vic el próximo 15 de julio”. Aunque se tratara de un grupo joven –todos estaban en sus años treinta, excepto Claret que tenía cuarenta y dos-, Clotet, con sus veintisiete años todavía no cumplidos, iba a ser el más joven de todos. Así comenzó la Congregación de los Misioneros Claretianos aquel 16 de julio.

Su salud nunca fue robusta. Además, durante los últimos años fue perdiendo vista hasta quedarse casi ciego. Solía decir: “La falta de vista es la mayor cruz que Dios me ha enviado”, porque le impedía trabajar. En 1895 le sobrevino el primer ataque de apoplejía. Se repuso; pero su natural ya quedó maltrecho. Hasta que el 4 de febrero de 1898, por la tarde, expiró. Tenía 76 años.

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