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Mártires Claretianos

Todo comenzó con la sublevación del 17 de julio de 1936. En la ciudad de Barbastro (Huesca). 59 misioneros claretianos, la mayoría jóvenes estudiantes, confiaban en las palabras del coronel Villalba: “Las tropas están acuarteladas. En el momento dado responderán”. El día 20, lunes, a las 5,30 de la tarde llegó el registro a la casa. Todos fueron enviados a la cárcel entre insultos y amenazas.

Dos estudiantes argentinos, liberados unos días antes de lo fusilamientos, no han transmitido los momentos de sufrimiento moral a los que fueron sometidos. Parussini, uno de ellos, escribía: “Cierto día nos dijeron que la cena sería nuestra última comida. Oída la feliz nueva, busqué un trozo de papel y escribí unas líneas de despedida…”. Más de cuatro veces recibieron la absolución general creyendo que la muerte era inminente.

El 12 de agosto sería un día inolvidable para nuestros jóvenes. Uno del comité irrumpía en el salón pidiendo los nombres. La lista negra ya estaba confeccionada. Uno de los dos estudiantes argentinos escribía después: “Todos se confesaron por última vez y pasaron el día en oración… todos estaban contentos de sufrir algo por la causa de Dios. Todos perdonaban a sus verdugos y prometían rogar por ellos en el cielo”.

La noche del 12 al 13 iba a ser para algunos la última. Todos se habían confesado y rezado. Los estudiantes extranjeros habían oído las últimas confidencias y enjugado las últimas lágrimas. Todos se habían acostado. Aún no habían pasado las dos horas cuando, a media noche, se abrieron las puertas entrando milicianos con cuerdas ya ensangrentadas. “Atención, bajen del escenario los que tengan más de 26 años”. Como nadie los tenía, nadie lo movió. Tampoco de 25. Entonces mandaron a encender las luces y leyeron los primero veinte nombres. Detrás de cada nombre una voz firme: “¡Presente!”, y bajan del escenario. Oyeron a algunos perdonar a los que les atacaban, a otros les vieron coger del suelo las cuerdas, besarlas y dárselas a los que les ataban. Alguno gritó: “Adiós hermanos, hasta el cielo”.

A pesar de las amenazas, transcurrió todo el día 13 y 14 sin novedad. Cuando dormían la noche del 14 al 15 de agosto un grupo irrumpió en el salón. Todos se levantaron como un solo hombre. Era de noche cuando salían los 17 jóvenes de salón-cárcel. Colocados junto a un ribazo, unos de pie, otros de rodillas, unos con los brazos en cruz, otros con el rosario o un crucifijo entre las manos, escucharon la última proposición: “ Aún estáis a tiempo ¿Qué preferís: ir en libertad al frente o morir?. Apagados por las descargas se oyó: ¡MORIR! ¡VIVA CRISTO REY!”.

Unos sencillos monumentos ocupan hoy los lugares exactos de su martirio. Sus restos reposan en la iglesia de Barbastro, en su nuevo mausoleo. 51 en total. La historia de estos jóvenes ha dado la vuelta al mundo. Su Congregación ha cuidado su memoria como un tesoro. Hoy todos podemos, por fin, reconocer públicamente su santidad. Son Beatos, son Bienaventurados. Su fiesta se celebra el 13 de agosto.

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